sábado, 4 de enero de 2014

2 de enero



Jueves. Toda la mañana la paso en el patio trasero, leyendo a la Falllaci. Estoy a punto de alcanzar la tranquilidad total, porque este espacio es precisamente mi retiro espiritual. Los ruidos de las calle apenas si llegan y el Sol recorre con dulzura y en silencio el pequeño jardín. De repente, detengo la lectura para observar los movimientos de una lagartija. 

Las lagartijas son los animales más hermosos, nunca van a desaparecer, nos acompañan siempre en los momentos de reposo. 


Alekos Panagulis, el personaje central de la novela, me causa admiración.


A las 3:15 me llama Óscar por teléfono, para preguntarme si podemos vernos a las seis de la tarde y recibir entonces al Chinchulín. Sale y vale.

Media hora después de lo acordado, llegan Óscar y Octavio. Los acompaño a comer a El Farolito. De ahí nos vamos al departamento de Óscar (Cataluña), donde escuchamos a Sting y a Jethro Tull. Después, partimos hacia a la Escandón y al llegar ya se encuentran ahí Gerardo y Jorge. Pero Jorge viene a decirnos solamente que no puede quedarse a ensayar. Y en ese preciso momento llega El Chinchulín, con la mezcladora.

-Pero no se las puedo dejar, porque…
-Bueno, no importa. Veámonos el domingo en la mañana.
-De acuerdo.

Despedimos al Chinchulín y a Jorge. Los demás nos quedamos a ensayar. Tocamos Be-bop-a-lula y Maybellene, porque dice Octavio –con mucha razón- que necesitamos ejercitarnos en el rocanrol, pues sólo así podremos desarrollar nuevas formas de expresión. Después del ejercicio, regresamos a una canción de Gerardo que había quedado en el olvido: Esa mujer. ¡Es una canción preciosa! Me gusta cantarla, la letra es muy Mamá-Z.

Para descansar de la novela de Fallaci, termino el día leyendo un guión radiofónico de Cortázar, Adiós, Robinson, que viene en el número 5 de México en el Arte.


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